OBRINT LA FINESTRA

M'agrada assomar-me a la finestra i veure que hi ha més enllà. Normalment després me retiro a l'habitació i continuo amb el que estava fent. Avui m'han pegat una espenteta i he decidit travessar la finestra.

domingo, 5 de septiembre de 2010

QUÉ HORA ES


El reloj de la torre de la iglesia marcaba la una y cuarto. Lucía, desde su el balcón, veía las manecillas en el mismo lugar desde hacía dos días. Era extraño, en diez años que subía al pueblo no se había retrasado nunca, Silvestre daba cuerda al reloj cada día orgulloso de que marcara la hora siempre a punto. Así a las tres de tarde se podían oir por todo el pueblo las campanadas exactas, la distancia precisa entre tres golpes armónicos.

El primer día todos pensaron que Silvestre se había ido a ver a su hija a la ciudad, pero les extrañó no saberlo, sobre todo a su vecino el alguacil con el que hablaba todos los días. El segundo día pensaron que quizá se había quedado una noche más para ver a sus nietos y hacer alguna que otra compra. Pero al tercer día ya no encontraban explicación. Silvestre siempre había sido muy sociable y su ausencia era inquietante. El reloj seguía marcando la una cuarto. Lucía se contagió de la extrañeza que recorría cada calle, desde la plaza de la iglesia hasta el Raval de abajo, pasando por las últimas casas de camino hacia la cruz de la entrada.

El caso es que Silvestre no aparecía, se fue, el tiempo dejó de importarle y nadie sabía por qué.

La noche del tercer día lo encontraron en el barranco de la fuente, doblegado su cuerpo, muerto de frío mirando las estrellas totalmente desorientado. Había perdido la noción del tiempo. No encontraron a nadie para sustituirle. Los mayores no querían obligaciones, ya tenían bastante con recordar el nombre incomprensible de los medicamentos que debían tomar a lo largo del día y de anotar las visitas al médico para que vigilara su salud cada vez más deteriorada, como para ir a subir los cincuenta y siete escalones que se enroscaban en la torre para dar vida al reloj del pueblo.

Los jóvenes preferían sus relojes digitales, que funcionaban a pilas y marcaban en tiempo cada vez con mayor precisión.

Quizá solo le importó a Lucía. Pero ella era una turista accidental sin vocación de relojera.

Qué pasó con Silvestre? Nadie lo sabe. Lo único cierto es que el reloj dejó de funcionar, rebelde, un tres de agosto a la una y cuarto de la tarde. Ya no le importaba el tiempo cotidiano y previsible que le marcaba Silvestre cada día. Y Silvestre se paró.

6 comentarios:

  1. m'agrada com ho expliques...
    contes curts, vivències, potser de l'observació de la quotidianitat.

    salut i bon dia

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  2. Sí Joan sempre hi pot haver una història possible dins d'allò quotidià. Gràcies per passar-te per ací

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  3. Sí, els joves són digitals, mentre queel nostre món, que desapareix mica en mica, som encara analògics...

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  4. Així és Cèlia, m'alegra que hages pogut entrar

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  5. És entranyable aquesta història Rosana, malgrat l´inevitable i trist final.
    On jo visc les campanes, fora del radi del nucli antic, només s´escolten quan bufa vent de mar que les porta terra endins. On jo vivia de petita m´agradava escoltar-les i jugar a reconèixer si venien d´una esglèsia, d´un convent o d´una capella. Ara quan hi vaig paro bé l´orella i segueixo jugant.

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  6. País, si posem l'orella pot ser escoltem les campanes i les històries que amaguen. Gràcies, um abraç

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