OBRINT LA FINESTRA

M'agrada assomar-me a la finestra i veure que hi ha més enllà. Normalment després me retiro a l'habitació i continuo amb el que estava fent. Avui m'han pegat una espenteta i he decidit travessar la finestra.

viernes, 25 de junio de 2010

EL VIENTO. EL SUEÑO

Teresa despertó, tomando un recién nacido en brazos. Era su sueño.

Abrió los ojos al viento que golpeaba las persianas de la terraza. Nunca había tenido instinto maternal, esa gracia natural de muchas mujeres que hace que se desentiendan del mundo para admirar la graciosa cara de un bebé o hacerle carantoñas. Y sin embargo sintió pena por la pérdida. Simplemente se desvaneció. Su niño se fue con el viento al despertar

Abrió las puertas del dormitorio que daban a la terraza. Eran dos hojas grandes de cristal que ocupaban toda la pared izquierda. En la última reforma de la casa dispuso menos tabiques y más puertas y ventanas transparentes que daban al exterior. Dejar pasar la luz, llenar de vida y alegría su casa. Sentir el pálpito brillante del sol en cada estancia. Los días volaban como las bolsas de plástico que rodaban arriba y abajo, danzando en el cielo, y arrastrándose en las aceras, confundidas entre las hojas secas, caidas de los pocos árboles que quedaban en la calle. Un viento que todo lo movía.

El niño que nunca tuvo se perdió en el remolino.

El viento era raro en junio, como el desazón de su vientre. Quiso salir y fecundarse de un extraño. Cualquiera, daba igual. No le importaban los hombres. Solo quería acunar su sueño.

Alejandro, su amigo la tomó en sus brazos. Coger el último tren. Teresa le condujo a su lecho, una habitación amplia con dos hojas transparentes que dejaban pasar la luz del sol y la luna.

Se amaron sin promesas y sin prisas. Su vientre fue creciendo lentamente, al mismo tiempo que se alejaba su amante.

Al despertar del sueño, con la brisa suave de mayo, tomó un recién nacido en brazos. Esta vez se quedó con ella.

Pasaron unos cuantos años de soles, lunas, lluvias y brisas. De vez en cuando una tormenta. El hijo crecía sano. Noches de abrazo y días de juego. Días de dudas y noches de cuento. Y cuánto trabajo.

El correr de la vida se detuvo por un tiempo.

Pero el látigo del viento volvió al pasar unos años. Teresa abrió las puertas de la terraza de par en par . Vio moverse violentamente los pocos árboles de la calle. El hijo ya no estaba, encontró a faltar sus risas y sus abrazos. Salió afuera con los brazos abiertos y el rostro despejado lo mostró a la noche. Y se dejó acunar al viento que todo lo movía.

viernes, 18 de junio de 2010

El OLVIDO

Una de las cosas que más molestaban a Ana, por las terribles consecuencias que podría traer, era poner la ropa en la lavadora sin mirar antes los bolsillos de los vaqueros:

Madre: -Pues tu obligación es mirarlos tu antes de traerlos!

Hija: -Pues tendrías que comprobar siempre por si acaso!

El caso es que fuera por una o por otra, al ponerse los pantalones vaqueros medio gastados, Ana fue directa al bolsillo pequeño a buscar el poema que Susana le entregó el sábado por la noche, mientras conversaban en el pub “Azul Luna” y se encontró con una sorpresa.

Susana pasaba de ella en el instituto y Ana estaba un poco perpleja, sobre todo después de pensar en aquella noche. Necesitaba ver de nuevo sus pensamientos por escrito. Quizá encontraba alguna clave que necesitaba descifrar, una indicación, una seña precisa que le orientara en el camino hacia ella.

Cuando fue a buscar las palabras en aquella servilleta solo encontró cinco pedacitos de papel mojado. Una esquina con el anagrama del pub, una luna minúscula de color azul. Los otros, unas pocas palabras emborronadas.

Se quedó sin el plano que le conducía a ella.

Cuando se repuso, tragó su enfado, se sentó en el escritorio y dibujó unas palabras. Y esperó que, esta vez, no quedaran en papel mojado.

martes, 8 de junio de 2010

EL ÚLTIMO ESPEJO


-¿Qué quieres Olivia?

La luna, respondía ella.

Y los dos reían.

Alberto la amaba.

El lunes por la tarde ella recibió un mensaje en el móvil: “el fin de semana te traeré la luna”. Olivia reía, nunca hasta ahora habían hablado de fechas.

Cuando regresó de la compra el sábado por la mañana dejó las bolsas de fruta en el recibidor y se quedó sin aliento al contemplar una luna grande y redonda donde antes había un espejo.

Y así fue como su pequeño piso se transformó en una casa con vistas. Se abrió de repente una ventana a la luna. Y desaparecieron todos los espejos.

LA IMPORTANCIA DE LA CALIGRAFIA

Lucía se levantó muy contenta el sábado para ir a recoger el premio. Se presentó al concurso “Cuentos manuscritos” que convocaba anualmente la asociación de bibliotecas de la comunidad para impulsar la vertiente creativa de niños y jóvenes. A la vez se buscaba recuperar el placer de escribir a mano, cuidando la línea y el dibujo de las letras sobre el papel.

Pues bien, Lucía ganó. Hacía tanto tiempo que no ganaba nada por ella misma que el viernes por la noche casi no pudo pegar ojo, fantaseando con la salida al escenario para recoger el premio, los aplausos del público- el salón de actos de la biblioteca por supuesto estaba lleno a rebosar- y con su firma en el libro de manuscritos publicado con los trabajos de todos los premiados.

Así que el sábado a primera hora puso su armario patas arriba para escoger ese vestido sencillo pero elegante adecuado para la ocasión.

Tres horas antes del esperado momento, sonó el teléfono. Lucía pensó que sería su tía que la llamaba para felicitarle. Pero no. Desde el hilo, una voz temblorosa le comunicó que se habían equivocado, que en realidad el premio era para Luís, no para Lucía. Fue un error de caligrafía. Quedó tan sorprendida por la noticia que no pudo ni dar un grito de asombro ni derramar una lágrima de pena. Las opciones que tenía eran todas terribles: cortarse el pelo, cambiar el vestido por unos vaqueros y hacerse pasar por su hermano, esconderse para siempre dentro del armario confundida entre el revoltijo de ropa, o lo que era peor…¡reconocer su derrota y decirle a su hermano que era el ganador!

Los pensamientos de Lucía pendieron de un hilo durante veintidós minutos. Al final se escondió en el armario con una hoja y un bolígrafo y escribió cien veces su nombre a mano, Lucía, Lucía, Lucía…

Bien lo aceptaba, pero antes de darle a su hermano la feliz noticia, él también haría unas copias de caligrafía.

lunes, 7 de junio de 2010

EL DETALLE


Conocí a un tipo que era muy detallista. Se llamaba Eduardo. Puedo deciros que me enamoré de él por su perseverancia, su tranquilidad de espíritu y por esos gestos amables que tenía conmigo. De hecho, de mis antiguos novios, nadie me mandaba flores cada mes coincidiendo con el día que nos habíamos conocido, ni poesías por correo electrónico que elevaban la temperatura del corazón y de otras partes de mi cuerpo a las nueve de la mañana cuando encendía el ordenador del trabajo. En otra época esto tenía un nombre “galantería” aunque hoy esa palabra la he borrado de mi diccionario.

El caso es que se quedó conmigo durante diez meses. Siempre estaba pendiente de mí. Cuando nos arreglábamos para salir a dar un paseo me miraba el rostro y me quitaba la pestaña que se había escapado de su sitio y andaba perdida en el párpado inferior de mi ojo derecho. Después daba un giro sobre mi misma para complacerle y me decía ¡ahora sí!.

Mis novios anteriores no se fijaban en mi cara la verdad, y menos en mis pelos. Total que me quedé con él diez meses.

Lo malo es que era igual de detallista para el sexo, y aunque esto al principio me hacía gracia, al final era absolutamente insoportable.

Os cuento. Tengo una verruga en mis nalgas desde nacimiento y cada vez que hacíamos el amor tropezaba con ella varias veces. Yo siempre había pensado que esta parte de mi anatomía era un gracioso lunar, pero desde que estuve con Eduardo supe que era una verruga incómoda. Más o menos al tercer mes de estar juntos, un día después de hacerlo larga y pausadamente, Eduardo empezó a soltar, como quien no quiere la cosa, que debería quitarme la verruguita de las nalgas, que afeaba, sin querer, un cuerpo tan hermoso. Eduardo era así, tan correcto y tan galante.

Al principio me hacía gracia y me reía. Pero supe que a él no le hacía ninguna, de gracia. A los cinco meses dejamos de hablar del tema.

Nuestra relación se fue deteriorando en los cinco meses siguientes. Me hubiera gustado que la cosa terminara como el rosario de la aurora, con una bronca monumental, lo normal. Pero nuestro vínculo se fue apagando lentamente, como una vela que poco a poco se consume. Nos despedimos muy amablemente.

En fin, que queréis que os diga, ahora estoy feliz, sola y abierta. Pero siempre me ha gustado tener pareja. Solo necesito un tipo que no esté demasiado pendiente de mí, y al que no le importe que tenga un grano en el c..., ya me entendéis.

domingo, 6 de junio de 2010

EJERCICIOS ESPIRITUALES

Teresa se miró al espejo. Sus pechos grandes y redondos de otro tiempo, caían despreocupados a ambos lados de su cuerpo, como dos calas cabeceando perezosas, mirando al suelo del lavabo.

Pensó entonces en el cuerpo adolescente de Carmen de Dios, y en el suyo propio aquella noche de mediados de junio en la Casa de Ejercicios Espirituales de Bétera. Habían ido a pasar cuatro días de las vacaciones de Pascua, quince adolescentes, chicos y chicas, para reanudar su compromiso con la iglesia y la fe en Jesús, volcar toda su energía de jóvenes idealistas en cambiar este mundo despiadado, por la justicia, el amor al prójimo y la construcción de la paz entre los pueblos. Un cura joven y una pareja de seglares dirigían los ejercicios espirituales.

Por las mañanas se levantaban pronto y hacían excursiones por los alrededores-un jardín natural y salvaje envolvía la Casa- y por las tardes cantaban, rezaban y reflexionaban sobre la vida y el amor a Dios.

A medida que pasaban los días, entre risas, miradas furtivas y cuchicheos de jóvenes desbocados a punto de explotar entre las paredes del rezo, el control y la bondad, la temperatura del aire iba subiendo.

La última noche unos pocos se escaparon. Risas ahogadas y cómplices y emoción por lo prohibido. Teresa estaba entre ellos. Recordaba a Carmen de Dios, la más decidida, que tomó la iniciativa: “Vamos a tomar el baño desnudos”-dijo-y todos, los siete escapistas, obedecieron quitándose el bañador rápidamente, como quien se desprende de un moco o de un envase inútil, siete cuerpos chispeando a la luz de la luna, recorriendo sinuosos, las sombras de la noche, bailando con sus cuerpos el agua de la piscina.

Carmen mostraba sus pechos plenos y redondos y sus caderas torneadas bajo el velo azul del agua. Los chicos apenas si se dejaban ver, pero se sintieron sus risas alborotando la noche. El espíritu adolescente se escapó por el orificio de la olla exprés de la Casa. Y fecundaron la noche.

Una ofrenda a la Diosa, a la Madre Tierra, al Prójimo.

El agua estaba tibia, llena a rebosar de todos los fluidos.

Teresa se miró de nuevo al espejo. Sus pechos se tornaron más apetitosos, y su cuerpo apagado lo descubrió otra vez sereno, dispuesto. Llevó entre sus dedos la luz de aquella noche. Conjuró las sombras y convocó el deseo.

Al fin y al cabo, por qué negarlo, siempre le habían ido bien los ejercicios espirituales.

EIXOS MALEÏTS APARELLS

Manu era mecànic. Reparava tot tipus d’artefactes, sobre tot teles i rentadores. Per la nit tocava la guitarra i cantava en una xicoteta orquestra. Un dia Carme va anar a fer-li una visita al treball. Estava obrint-li la panxa a una tele enorme. Agafava ferramentes per a apretar cargols i connectar cables. Ella l’observava des del sofà d’enfront, l’esquena nua i suada d’un home concentrat en la feina, mentre decidia si anava per darrere a apartar-lo de la tele o esperava pacient a que les coses anaren al ritme que ell marcara.

Com sempre, la precipitació va portar al traste tots els plans. S’haguera tingut que esperar al sofà, ho va saber de seguida. Manu era dels que els agradava prendre la iniciativa.

Havien passat uns quants anys de tot allò. Carme s’havia casat i tenia dos filles. Un dia Carme renta que te renta la roba de les xiquetes, se li va trencar la llavadora i cridà al mecànic. Obre la porta i ¡oh sorpresa! vegé a Manu un poc més envellit però conservant el seu somriure inquiet i la mirada picardiosa.

Manu es va alegrar de veure-la, diries que molt més que el dia de la tele. Li va contar que s’havia casat, que ara estava separat, que tenia una filla. Que li seguia agradant la música i s’havia aficionat als cavalls. Que potser havia fet més cas dels cavalls que de la seua dona i per això la relació es va trencar.

Manu se mirava a Carme de dalt a baix i li llançà alguna floreta: “Estàs molt bé Carme, per a tu sembla que no hagen passat els anys”.

Carme es girà per a acompanyar-lo a la rentadora i notà els ulls d’ell clavats a l’esquena com davallaven per a resseguir els seus malucs al caminar. Ella necessitaba més que mai que li enroscaren un vis o connectaren un cable. Es trovava un poc fluixa i li calia un toc ací i un altre allà per a reviscolar. I tenia darrere seu el mecànic que necessitava!

Anava a poc a poc, fent llarg el camí que li conduïa a la rentadora per donar-li temps a que reaccionara. Aquesta vegada esperaria, ho tenia clar.

Van passar per la cuina i van arribar a la galeria on estava la rentadora.

Però Manu tenia deler pels aparatets, i va anar per feina, oblidant-se d’ella .

En fi, ja us imagineu com va acabar el tema, no?

-“La factura la vols amb IVA o sense IVA?”-preguntà Manu

- Sense IVA-digué Carme amb malícia.

Estava clar que Manu no estava per a fer favors.

SE DESCUBRIÓ EL PASTEL

Después de los excesos de la noche anterior, Alejandro se levantó con un dolor de cabeza horroroso que le impedía coger el coche para ir al apartamento de sus padres a comer como hacía todos los domingos. En otras ocasiones, pensar en el plato de paella cocinado con tanto cariño por su hermana, le animaba a levantarse para ir y sentarse en el balcón rodeado de macetas de geranios, desde el que se veía el mar y los pinos de la zona común.

Pero hoy no tenía ganas de nada. El sábado por la noche por fin se decidió a tirarle los tejos a Ana. En un arranque de arrojo, se sentó a su lado en la cena y empezó a hablar con ella de los programas basura de la tele, de libros, de la universidad, de lo mal que está el trabajo, de la crisis, de la vida. Mientras hablaban, tenía cuidado de llenar dos copas de vino, la de ella y la de él, para regar con alegría hasta los temas más dramáticos. Después de los cafés, una copa de gin-tónic y un cubata, animaron la conversación de la falta de trabajo, de lo difícil que es llegar a fin de mes en casa, de que ya no se puede ir a cenar como antes, de la angustia de vivir el día a día, de necesidad de un futuro claro al que agarrarse. Cuando la conversación se debilitaba, cuando las palabras caían como calderilla en la estrechez del territorio común, Alejandro volvía a invitar a Ana a otra copa. Bailó después con ella en el pub “Azul Luna” dando pequeños sorbos a su tercer cubata. Veía entonces como ella ondulaba sus brazos lentamente y cerraba de vez en cuando los párpados para vibrar mejor con la música. Más tarde, rodeó con sus brazos el cuello de él, mientras buscaba las manos de Alejandro para que descansaran en su cintura. Cercaban poco a poco un territorio elegido, sin palabras y sin copas.

Fue entonces cuando sonaron los primeros boleros. Ana le llevó al lateral del pub, a un sofá, un espacio reservado para parejas que se besaban o hablaban en voz baja. Mientras sonaba “Piensa en mí” de Luz Casal, él se sentía fascinado, por su paso decidido, por su mirada rotunda, y como un niño obediente, iba detrás de ella, a su lado, donde quisiera.

Sus pechos se adivinaban bajo la tela de la blusa, se erguían retando la tranquilidad del lugar. Tan cerca estaban los dos, que Alejandro tocó sus labios, la besó despacio, y fue descendiendo por su cuello para volver a su boca.

Y entonces Ana alcanzó con la mano su copa y bebió pequeños sorbos de licor de limón.

Y volvió a hablar.

Murmuró algo así como que era su mejor amigo, que le tenía mucha confianza, que podía hablar con él de cosas íntimas, que eso no le pasaba con nadie, que era una persona muy especial, y que por eso quería contarle que a ella en realidad le gustaba…¡¡Susana!!

No paró de hablar en toda la noche.

Y Alejandro no paró de beber.

Ella se fue feliz a su casa…y él… borracho y derrotado. Y con cara de haber visto un elefante bailando el Lago de los Cisnes.

El domingo lo pasó tirado en el sofá, incapaz de salir de casa. Y con apenas unos pocos euros en la cartera.

LA ESCALERA

Carmela Martínez Diego tenía casi sesenta años. Digo casi porque le faltaba solo un mes para tenerlos cuando murió su padre, convaleciente de una larga enfermedad, como dijeron en la televisión las noticias de las tres de la tarde. Cinco años pendiente de un anciano obediente, tan distinto al hombre decidido, lleno de carácter e incluso de furia que había sido siempre su padre, y acostumbrada como estaba a atender las necesidades del enfermo, de estar pendiente de las comidas, el aseo y las medicinas, la habían dejado exhausta. El mismo día de su muerte, después de asistir al sepelio, y darle sepultura, de recibir el pésame de los amigos, la familia y a las autoridades que asistieron, Carmela tuvo que hacer un último esfuerzo para pedir un taxi y convencer a todos que quería estar sola. Una vez dentro del coche, se desabrochó un botón de la blusa y se soltó el pelo, a la vez que le pidió al taxista que tomara la carretera hacia Barcelona. Quería respirar un poco. Bajó la ventanilla del asiento de atrás y miró afuera. Pudo observar los chopos que desaparecían veloces a medida que avanzaban por la carretera, mientras el sol se asomaba y se escondía por entre las copas de los árboles. Le gustaba ver como quedaba atrás un paisaje conocido, mientras el horizonte de la carretera se veía difuso. En veinte minutos llegaron a Barcelona. Carmela necesitaba estar rodeada de gente desconocida por un tiempo, así que pidió al taxista que la llevara a las Ramblas.

Bajó del coche, pagó y se fue a dar un paseo. Caminaba sola y libre, una más del montón en una calle amplia. Observaba los hombres-estatua como movían sus cuerpos cuando los niños les daban alguna moneda, a familias sentadas en una de las terrazas saboreando un helado, o novios cogidos de la mano soltándose un beso mientras entrelazaban sus cinturas con sus brazos. Un paisaje distinto lleno de gente desconocida que sintió por el momento tan próxima.

Se sentó en un café y pidió una cerveza. Entonces fue cuando, de repente, se dio cuenta de su verdadera edad. El televisor que estaba en la sala anunciaba la primera noticia del telediario de las nueve de la noche. “Fallece con noventa y seis años de edad Alberto Martínez Prieto, músico, cineasta, director durante años de la Escuela Nacional de Cine. Su hija, de casi sesenta años, apenada, asiste al entierro y recibe el pésame de familiares y amigos”. Carmela, alzó la cabeza y vio las imágenes que había dejado atrás apenas unas horas antes. Se vio sola y seria en una maraña de gente conocida. Casi sesenta años. Hacía cinco años que no pensaba en ella misma. Cinco años que habían pasado sin apenas darse cuenta, ausente de sí misma, en una casa conocida. Mientras miraba la tele, sintió como si le hubieran usurpado unos cuantos años de su vida y sintió rabia, deseos de venganza hacia sus hermanos que se habían desatendido de lo que supuso dedicarse a su padre, sintió ira por la humanidad entera, y desánimo después al verse tan sola en una mesa rodeada de desconocidos, sin hijos que cuidar ni marido al que amar. Después se sintió culpable por tener tanta desazón. Más tarde vinieron las dudas y el agobio de verse una vida por delante, con tantos deseos y tanto trabajo por hacer. De repente sintió impaciencia, debía hacerse a la idea de su verdadera edad lo antes posible y ponerse en marcha sin perder más el tiempo. La esperanza apareció antes de las nueve y media de la noche, cuando sonó la música que anunciaba el resumen de noticias del día.

EL DIRECTOR DE ORQUESTA

Alejandro podía escuchar los sentimientos de sus vecinos con solo quedarse quieto y poner la oreja. Se había acostumbrado a interpretar los sonidos que oía y con el paso del tiempo había afinado la puntería de sus averiguaciones. Aprendió así a escuchar a sus vecinas hablando en el rellano de la escalera, haciendo comentarios sobre el tiempo-hace buen día, parece que va a llover, o llueve como nunca lo ha hecho-o sobre los achaques de la edad-siento como un hormigueo constante en las piernas que no me lo quito por nada del mundo-o-voy a hacerme una analítica a ver si me sale bien el azúcar” y un largo etcétera.

Pero había días en que el tono de la cháchara cambiaba de un do a un mi, el ritmo se aceleraba ligeramente, y unas voces cantarinas y alegres charlaban despreocupadamente en el portal. Se desdibujaba entonces el tema de la conversación.

Susana tenía un piso contiguo al suyo, un pequeño apartamento amueblado para ella sola. Era escritora y cuando estaba de buen humor, sus dedos subían y bajaban la escalera de la olivetti con un ritmo alocado a veces, para terminar despacito con tres o cuatro toques. Esos días, al cabo de dos horas de escuchar la partitura que guiaba con sus dedos su vecina, Alejandro oía a través de las paredes de papel la Sinfonía del Nuevo Mundo, una composición que Susana tenía siempre a mano.

Otros días su vecina se limitaba a escribir lentamente cuatro gotas en la inmensidad de su novela. Sus dedos golpeaban la máquina de escribir sin apenas fuerza en un compás, o con demasiada rabia en otro y sus pocas palabras apenas si encajaban en algún lugar. Esos días no sonaban después los violines. Alejandro podía escuchar las cacerolas y sartenes que escapaban una y otra vez de sus escondites y caían al suelo de la cocina rompiendo todos los silencios. El edificio vibraba como una casa de locos sin orden ni concierto.

Pero había veces, las menos, en que Susana, sus vecinas, la gente que pasaba por la calle e incluso el tiempo, todos se ponían de acuerdo y el edificio sonaba como una orquesta sinfónica. Alejandro era un espectador privilegiado de una composición de vida, la que era capaz de contemplar desde su cama después del accidente.

En esos momentos Alejandro echaba mano de su fantasía favorita: soñaba que era director de orquesta, sacaba la batuta y, por un momento, era feliz.

LA HISTÒRIA DE CAROLINA, UNA BALLARINA QUE NO VOLIA SER TRAPEZISTA

Tots volien que fora trapezista, però Carolina no volia.

La primera vegada que va veure la trapezista no s’ho esperava. La va veure en una tenda curiosa, amagada entre vestits, arracades, penjolls i pulseres.

Li va fer l’ullet i li va llençar llampegades daurades des del seu vestit mínim fet de lluentons

De vegades Carolina es trobava com una trapezista sense xarxa, pujant lentament per l’escala de corda fins que arribava dalt de tot amb el públic esperant que donara el triple salt mortal. I ella, que encara no s’havia recuperat de pujar tant alt, de sostenir-se una escala que es mou mentre avança, alli estava, en el punt més àlgid de la carpa tremolant i paralitzada per la por.

El cas es que Carolina mai ha volgut fer el salt mortal. No. No sap. I no té cap ganes de aprendre a fer cabrioles. Tampoc té dots físiques per fer-ho. Li agrada del món del circ els lluentons daurats que li fan l’ullet. Li agrada l’espectacle, el teatre, somiar. Per a això fa falta disciplina i límits. Però no és el mateix.

Torna a mirar dins la tenda i veu de nou la trapezista. Són unes arrecades molt originals.

Decideix posar-se-les. Veu que li queden bé

Aquella mateixa nit, quan s’apaguen les lluns del teatre i ixque de puntetes a l’escenari a ballar “La simfonia de les meravelles”, la trapezista lluïrà, engronsant-en les orelles de Carolina.

viernes, 4 de junio de 2010

L’OFICI MÉS ANTIC DEL MÓN

Leonardo ensenya a atrapar somnis amb un fil. De vegades són prims i llargs com un llapis. I en blanc i negre. D’altres, són tendres i plens a rebosar d’energia com un nadó acabat de néixer. També hi ha de foscos i profunds, com el pou negre del meu poble. Peró no és fácil. S’ha d’entrenar molt, aprendre a fer la llaçada, llençar amb molta força pegant quatre o cinc voltes a l’aire i esperar a veure si hi ha sort. Si sou aprenents heu de saber que tots els somnis no es poden atrapar. Quan pesques algun, cal cuidar-lo i gaudir-lo abans de soltar-lo de nou.

FILS

Pere té trenta set anys i Elisa quaranta dos recent complits. Treballen junts des dels catorze. Mai han segut nuvis ni mai s’han estimat. Són el sol i la lluna, l’aigua i la terra, el dia i la nit Ell amb les idees fixes, sincer fins a fer mal, provocador i malparlat. Ella oberta, flexible, conciliadora. Ell viu a una illa, ella al fons de la mar. No sé qui va llançar el fil dels dos.

La veu d’Elisa arriba a Pere a través de les ones de la mar. Ve i es retrau, torna i se’n va. Entra, ix. Una cadència i un ritme al qual Pere no està acostumat.

Ella, que sura en la mar, es queda quieta, atenta a la seua mirada, un far de llum que l’atrapa des de l’illa. Pere és provocador i malparlat. Amb Elisa és només provocador i de tant en tant l’afalaga. Parlen i es miren als ulls.

Ella nada cap a l’illa i ell es llança nu dins l’aigua.

Quan sona el timbre de la fàbrica es queden quiets sense saber qué fer i on anar. El fil que els lliga està massa tens, ella és d’ell i ell d’ella

Però tornen cadascú a sa casa, viuen encara massa lluny. Pere a una illa, Elisa al fons de la mar.

SALIR DEL ARMARIO

Las muñecas se sentaron a la mesa a tomar el té. Allí estaba Rosaura, la de las rodillas fuertes, con sus coletas largas para hacerle peinados de toda clase. Y las "barriguitas" diminutas, todas en una silla haciéndose compañía. Rabietas, el bebé, con su chupete también participaba de la reunión.

Cristina encontró sus juguetes preferidos en el fondo del armario. Hacía veinte años su abuela los había escondido tanto que no logró encontrarlos nunca por mucho que se afanó en buscar. Dio la vuelta a la casa y nada, de la noche a la mañana desaparecieron. Su abuela tenía esa costumbre, escondía los juguetes para que no se rompieran. Era propio de la época.

De pequeña dormían con ella todas las noches, una hilera de muñecas en su cama, una al lado de otra, tapaditas hasta el cuello con la sábana para que no cogieran frío. Fue muy triste perderlas de vista, no saber dónde estaban ni dónde buscar.

Pasaron los años, Cristina se hizo mayor, era capaz de dormir sola. Y ahora las había encontrado. Así que las sentó en la mesa y tomaron el té, como unas buenas amigas.

Por fin, unos años después, salieron del armario.

LA PLANIFICACIÓ ENS MATARÀ

Aquesta és la història dels tios de Maria Angeles que van fer una sol.licitud per a anar a una residència de persones grans. El cas és que el tio va llegir en la premsa que l’administració tardava una mitja de set a deu anys per a concedir plaça, que hi havia una llista d’espera molt gran i que era tan i tan difícil trobar-ne una quan feia falta. Els tios sempre havien estat molt previsors, van treballar tota la vida per a comprar-se la casa on vivien, es van casar quan van fer un poc de replegueta, i encara que els fills mai van arribar, no els va faltar mai dinar a taula i algun que altra capritx. I, per sort, sempre es tenien l’un a l’altra.

Però ves per on que una tarda, després de pegar-li voltes a la notícia que el seu marit va llegir al diari, la tia va parlar molt seriosament amb ell: calia prendre una decisió i enviar demà mateix la instància, dins de deu anys a saber cóm es trobarien i qué farien. La tia patia de veure’s a soles en una casa gran on a saber quines malalties i impediments tindrien.

I pensat i fet a l’endemà van anar a primera hora a serveis socials I van entregar la paperassa. La tia va respirar tranquil.la. Almenys en les tres setmanes següents. A la tercera, després de passejar a Layla, la gosseta, el tio va obrir la bústia i va trobar una carta: cony! L’administració per una vegada va ser àgil, s’havien d’incorporar a la residència “El Bon Repós” en els set dies següents. Va ser pitjor que quan va rebre la carta per a anar a la mili!

La tia va plorar molt però al final van decidir anar-se’n. Layla es va quedar en uns veïns, almenys no se n’anava del barri. Els tios donaven llàstima amb la seua maleta anant-se’n a desgana per a no perdre la plaça.

Tinc por del dia que fagen estadístiques per a projectar els vius i els morts que serem dins de deu anys. I que a algú se li acudixca que hem de complir objectius. Ens la juguem xiquets.

martes, 1 de junio de 2010

TRANSPARENCIAS

Iba deprisa, hacía calor. Cargada como estaba con la maleta, hubiera dado unos cuantos euros por encontrar una fuente donde refrescarme. Y todo el oro del mundo por una cerveza fresquita y un rato de sosiego antes de decidir mi próximo destino.

Así que entré en el primer sitio que vi abierto y me senté. La camarera, después de hacerme la esperada pregunta, volvió rápido con una jarra de cerveza. Qué gusto. La saboreé a pequeños sorbos como se disfrutan los buenos momentos de la vida, muy lentamente.

Y entonces sucedió.


Vi tus labios cómplices sonriéndome de lejos, a pesar del libro que te cubría medio rostro y del biombo decorado con motivos modernistas que te ocultaba medio cuerpo y que separaba los dos espacios de la sala donde nos encontrábamos.

Habían pasado casi veinte años desde que nos vimos por primera vez. También en ese momento la mano suave de la casualidad, cómplice, nos unió en un bar como ahora. Tu rostro pálido y delgado del pasado se había transformado. Era distinto, más amplio y sosegado. Tus labios no habían cambiado.

Te observé de lejos, cómodamente, protegida de tus miradas y pensé en mi próximo destino. Había iniciado el viaje hacía veintitrés días exactamente. Los meses anteriores fueron duros en el trabajo: despidos de compañeros, culpas compartidas, miedos escondidos. Mucha inquietud y vértigo. La empresa no iba bien, cosa nada extraña por aquella época, era la tónica general de todas las del sector. Era difícil encontrar a alguien vacío de agobios a quien pudieras contar los tuyos. Y el mar revuelto de idas y venidas, de problemas del trabajo, fue llenando momentos privados, una marea alta que todo lo cubría, sin respetar los ciclos para retroceder, me ahogaba.

Un día alguien me salvó. Fue mi propio jefe cuando me despidió. Todos los meses mirábamos las listas de los trabajadores con expedientes de regulación de empleo. Siempre me libré hasta entonces. Miraba, comprobaba bien y respiraba. Uff, esta vez no-me decía. Hasta aquel día.

Y contrariamente a lo que esperaba, fue una liberación. No soy de las que gusta de estar todo el rato de bajo del agua. No lo llevo bien. Me gusta mirar el mar desde lejos, ver las olas como vienen y van, sus idas y venidas, previsibles. Me gustan las palabras como oleaje, placidez, envolvente, chasquido, baño. Y durante los meses que apuntaban al abandono de mi trabajo, solo oía otras como oscuridad, agobio, fango, nudo, estrecho, problema.

Y al final, mis palabras y mis voces se fueron también reduciendo, estrechando, a la vez que mi persona empequeñecía en un despacho sin luz apenas, porqué llegó un momento que me olvidé de subir las persianas de la única ventana del cuartito.

Después de decir adiós a mis compañeros y salir a la calle, sentí algo extraño. Miré hacia arriba y vi el sol, miré hacia la derecha y vi un camino. Miré hacia dentro y encontré palabras nuevas. Escogí entre ellas solo tres: viaje, luz y mar.

Me dispuse a poner las tres en mi maleta, que se llenó de ropa ligera de colores alegres, de un par de bikinis, toallas, pinceles y dibujos.

Y empecé entonces a planear mi viaje. Por primera vez en mucho tiempo planificar algo tenía sentido, me ilusionaba.

Ahora hacía veintitrés días que empecé mi viaje. Busqué el mar y el descanso. Buceé dentro de mí misma y encontré a alguien que merecía ser salvado.

Todo esto pensaba mientras te miraba. Habías sido un imprevisto en el viaje. Una luz distinta y tamizada.

Tres mesas repletas de gente nos distanciaban. Un murmullo de restaurante en la hora punta no me dejó oir el sonido que salía de tus labios.
Aún así pude distinguirte vocalizando una palabra: transparencias. Supe entonces que me estabas llamando. Tú serías mi próximo destino.

Y leí en tu boca todos los susurros.

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