OBRINT LA FINESTRA

M'agrada assomar-me a la finestra i veure que hi ha més enllà. Normalment després me retiro a l'habitació i continuo amb el que estava fent. Avui m'han pegat una espenteta i he decidit travessar la finestra.

martes, 1 de junio de 2010

TRANSPARENCIAS

Iba deprisa, hacía calor. Cargada como estaba con la maleta, hubiera dado unos cuantos euros por encontrar una fuente donde refrescarme. Y todo el oro del mundo por una cerveza fresquita y un rato de sosiego antes de decidir mi próximo destino.

Así que entré en el primer sitio que vi abierto y me senté. La camarera, después de hacerme la esperada pregunta, volvió rápido con una jarra de cerveza. Qué gusto. La saboreé a pequeños sorbos como se disfrutan los buenos momentos de la vida, muy lentamente.

Y entonces sucedió.


Vi tus labios cómplices sonriéndome de lejos, a pesar del libro que te cubría medio rostro y del biombo decorado con motivos modernistas que te ocultaba medio cuerpo y que separaba los dos espacios de la sala donde nos encontrábamos.

Habían pasado casi veinte años desde que nos vimos por primera vez. También en ese momento la mano suave de la casualidad, cómplice, nos unió en un bar como ahora. Tu rostro pálido y delgado del pasado se había transformado. Era distinto, más amplio y sosegado. Tus labios no habían cambiado.

Te observé de lejos, cómodamente, protegida de tus miradas y pensé en mi próximo destino. Había iniciado el viaje hacía veintitrés días exactamente. Los meses anteriores fueron duros en el trabajo: despidos de compañeros, culpas compartidas, miedos escondidos. Mucha inquietud y vértigo. La empresa no iba bien, cosa nada extraña por aquella época, era la tónica general de todas las del sector. Era difícil encontrar a alguien vacío de agobios a quien pudieras contar los tuyos. Y el mar revuelto de idas y venidas, de problemas del trabajo, fue llenando momentos privados, una marea alta que todo lo cubría, sin respetar los ciclos para retroceder, me ahogaba.

Un día alguien me salvó. Fue mi propio jefe cuando me despidió. Todos los meses mirábamos las listas de los trabajadores con expedientes de regulación de empleo. Siempre me libré hasta entonces. Miraba, comprobaba bien y respiraba. Uff, esta vez no-me decía. Hasta aquel día.

Y contrariamente a lo que esperaba, fue una liberación. No soy de las que gusta de estar todo el rato de bajo del agua. No lo llevo bien. Me gusta mirar el mar desde lejos, ver las olas como vienen y van, sus idas y venidas, previsibles. Me gustan las palabras como oleaje, placidez, envolvente, chasquido, baño. Y durante los meses que apuntaban al abandono de mi trabajo, solo oía otras como oscuridad, agobio, fango, nudo, estrecho, problema.

Y al final, mis palabras y mis voces se fueron también reduciendo, estrechando, a la vez que mi persona empequeñecía en un despacho sin luz apenas, porqué llegó un momento que me olvidé de subir las persianas de la única ventana del cuartito.

Después de decir adiós a mis compañeros y salir a la calle, sentí algo extraño. Miré hacia arriba y vi el sol, miré hacia la derecha y vi un camino. Miré hacia dentro y encontré palabras nuevas. Escogí entre ellas solo tres: viaje, luz y mar.

Me dispuse a poner las tres en mi maleta, que se llenó de ropa ligera de colores alegres, de un par de bikinis, toallas, pinceles y dibujos.

Y empecé entonces a planear mi viaje. Por primera vez en mucho tiempo planificar algo tenía sentido, me ilusionaba.

Ahora hacía veintitrés días que empecé mi viaje. Busqué el mar y el descanso. Buceé dentro de mí misma y encontré a alguien que merecía ser salvado.

Todo esto pensaba mientras te miraba. Habías sido un imprevisto en el viaje. Una luz distinta y tamizada.

Tres mesas repletas de gente nos distanciaban. Un murmullo de restaurante en la hora punta no me dejó oir el sonido que salía de tus labios.
Aún así pude distinguirte vocalizando una palabra: transparencias. Supe entonces que me estabas llamando. Tú serías mi próximo destino.

Y leí en tu boca todos los susurros.

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