Filiberto resucitó de entre los muertos para tomar del brazo a su joven novia. Ella llevaba un vestido blanco impoluto y arrastraba una cola llena de votos. Un gentío curioso seguía a los novios, las bodas de los amos del lugar siempre despertaban un entusiasmo desmedido en el Cementerio. Entraron ambos por la puerta grande mientras cuatro lacayos todavía estaban desplegando la alfombra roja a sus pies.
Entonces fue cuando sucedió algo que nadie esperaba: uno de los votos se descosió de la falda de la novia, y luego otro, y luego otro. La mujer se quedó medio desnuda de cintura para abajo y dejó al descubierto unas bragas de lunares blancos con fondo rosa de lo más ridículas. Pero no acabó ahí la cosa. Un fino hilo blanco y rosa que sujetaba la goma de la prenda comenzó a desprenderse y caía desenrollándose al suelo. Todos vieron unas bragas con cola de hilitos rizados danzando al aire mientras paseaba por el centro de la Catedral. Los lacayos dejaron, sorprendidos, de desplegar la alfombra.
Se quedó con el culo al aire.
Marisa, la costurera, camuflada entre la multitud, no tuvo tiempo de hacer unos buenos remates y huyó asustada, antes de que se dieran cuenta, por una de las capillas laterales de la nave central, la dedicada a San Judas Tadeo. El santo la saludó brevemente con la mano desde el fondo del altar. Ella contestó con una reverencia y salió por la puerta lo más rápido que pudo. Temía las represalias de la novia, pero sobre todo de Filiberto, que había hecho un largo viaje desde las entrañas de la tierra a la vida, para quedarse con el culo al aire.
Cambiaría de oficio. Coser votos de novia era un trabajo muy delicado, era como coser pétalos de rosa, hay que hilar muy fino para que no se rompan. Además las novias tienen que estar entrenadas. A la mínima que pasean más de la cuenta o dan un giro inesperado para pavonearse, se sueltan los votos.
Volvería a su antigua vocación: hacer patrones de vestido de calle cómodos y elegantes, más económicos, que permitan a todo el mundo estar a la altura de las circunstancias. Podría, más adelante, probar también con vestidos de novia, pero sin cola.
Y los clientes, pues mejor los vivos. Los muertos tenían demasiada vida vivida y demasiada eternidad acumulada, lo cual les convertía en seres aburridos y satisfechos de sí mismos en exceso. Justo el tipo de personas que Marisa no soportaba. Mejor los vivos, hay menos sí, pero todo es cuestión de abrir mercado. Siempre había tenido buena vista para los negocios.
Se sintió animada con sus pensamientos. Mientras paseaba distraida, vio una imagen de San Pancracio dibujada en unos azulejos que le guiñó el ojo. Buena señal!- pensó- y soltó una carcajada que rodó y rodó cantarina calle abajo sorteando alegre los árboles que encontraba a su paso.
Entonces fue cuando sucedió algo que nadie esperaba: uno de los votos se descosió de la falda de la novia, y luego otro, y luego otro. La mujer se quedó medio desnuda de cintura para abajo y dejó al descubierto unas bragas de lunares blancos con fondo rosa de lo más ridículas. Pero no acabó ahí la cosa. Un fino hilo blanco y rosa que sujetaba la goma de la prenda comenzó a desprenderse y caía desenrollándose al suelo. Todos vieron unas bragas con cola de hilitos rizados danzando al aire mientras paseaba por el centro de la Catedral. Los lacayos dejaron, sorprendidos, de desplegar la alfombra.
Se quedó con el culo al aire.
Marisa, la costurera, camuflada entre la multitud, no tuvo tiempo de hacer unos buenos remates y huyó asustada, antes de que se dieran cuenta, por una de las capillas laterales de la nave central, la dedicada a San Judas Tadeo. El santo la saludó brevemente con la mano desde el fondo del altar. Ella contestó con una reverencia y salió por la puerta lo más rápido que pudo. Temía las represalias de la novia, pero sobre todo de Filiberto, que había hecho un largo viaje desde las entrañas de la tierra a la vida, para quedarse con el culo al aire.
Cambiaría de oficio. Coser votos de novia era un trabajo muy delicado, era como coser pétalos de rosa, hay que hilar muy fino para que no se rompan. Además las novias tienen que estar entrenadas. A la mínima que pasean más de la cuenta o dan un giro inesperado para pavonearse, se sueltan los votos.
Volvería a su antigua vocación: hacer patrones de vestido de calle cómodos y elegantes, más económicos, que permitan a todo el mundo estar a la altura de las circunstancias. Podría, más adelante, probar también con vestidos de novia, pero sin cola.
Y los clientes, pues mejor los vivos. Los muertos tenían demasiada vida vivida y demasiada eternidad acumulada, lo cual les convertía en seres aburridos y satisfechos de sí mismos en exceso. Justo el tipo de personas que Marisa no soportaba. Mejor los vivos, hay menos sí, pero todo es cuestión de abrir mercado. Siempre había tenido buena vista para los negocios.
Se sintió animada con sus pensamientos. Mientras paseaba distraida, vio una imagen de San Pancracio dibujada en unos azulejos que le guiñó el ojo. Buena señal!- pensó- y soltó una carcajada que rodó y rodó cantarina calle abajo sorteando alegre los árboles que encontraba a su paso.