EJERCICIOS ESPIRITUALES
Teresa se miró al espejo. Sus pechos grandes y redondos de otro tiempo, caían despreocupados a ambos lados de su cuerpo, como dos calas cabeceando perezosas, mirando al suelo del lavabo.
Pensó entonces en el cuerpo adolescente de Carmen de Dios, y en el suyo propio aquella noche de mediados de junio en la Casa de Ejercicios Espirituales de Bétera. Habían ido a pasar cuatro días de las vacaciones de Pascua, quince adolescentes, chicos y chicas, para reanudar su compromiso con la iglesia y la fe en Jesús, volcar toda su energía de jóvenes idealistas en cambiar este mundo despiadado, por la justicia, el amor al prójimo y la construcción de la paz entre los pueblos. Un cura joven y una pareja de seglares dirigían los ejercicios espirituales.
Por las mañanas se levantaban pronto y hacían excursiones por los alrededores-un jardín natural y salvaje envolvía la Casa- y por las tardes cantaban, rezaban y reflexionaban sobre la vida y el amor a Dios.
A medida que pasaban los días, entre risas, miradas furtivas y cuchicheos de jóvenes desbocados a punto de explotar entre las paredes del rezo, el control y la bondad, la temperatura del aire iba subiendo.
La última noche unos pocos se escaparon. Risas ahogadas y cómplices y emoción por lo prohibido. Teresa estaba entre ellos. Recordaba a Carmen de Dios, la más decidida, que tomó la iniciativa: “Vamos a tomar el baño desnudos”-dijo-y todos, los siete escapistas, obedecieron quitándose el bañador rápidamente, como quien se desprende de un moco o de un envase inútil, siete cuerpos chispeando a la luz de la luna, recorriendo sinuosos, las sombras de la noche, bailando con sus cuerpos el agua de la piscina.
Carmen mostraba sus pechos plenos y redondos y sus caderas torneadas bajo el velo azul del agua. Los chicos apenas si se dejaban ver, pero se sintieron sus risas alborotando la noche. El espíritu adolescente se escapó por el orificio de la olla exprés de la Casa. Y fecundaron la noche.
Una ofrenda a la Diosa, a la Madre Tierra, al Prójimo.
El agua estaba tibia, llena a rebosar de todos los fluidos.
Teresa se miró de nuevo al espejo. Sus pechos se tornaron más apetitosos, y su cuerpo apagado lo descubrió otra vez sereno, dispuesto. Llevó entre sus dedos la luz de aquella noche. Conjuró las sombras y convocó el deseo.
Al fin y al cabo, por qué negarlo, siempre le habían ido bien los ejercicios espirituales.
No hay comentarios:
Publicar un comentario